China, el mayor importador de muchas materias primas, está siendo testigo en lo que va de año de cómo su demanda interna se está reduciendo, afectada por los cierres a raíz de brotes de Covid, una crisis en el sector inmobiliario (representa el 25% de su PIB) y la escasez de energía durante el verano que afecta a su actividad económica. Así mismo, el mayor coste de la energía a consecuencia de la guerra en Ucrania lastra el consumo y las economías mundiales, afectando también al gigante asiático.

Como la mayoría de países, China compra materias primas en dólares, la moneda de reserva mundial. Por lo tanto, el debilitamiento del yuan aumenta el coste de las importaciones, reduciendo aún más la demanda y lastrando los precios a la baja. En lo que va de año, el yuan se ha depreciado en torno al 10% respecto al dólar, a consecuencia de las políticas del gobierno para intentar estimular la economía, totalmente opuestas a lo que están haciendo los países occidentales desde finales del año pasado.

Esto es un gran problema para las materias primas en las que China es el mayor comprador, como el petróleo o el cobre, y más aún en mercados que dependen de las compras de China, como el hierro o la soja.

El impacto inmediato de un yuan perdiendo valor debería ser modesto, ya que la mayoría de las compras de materias primas se realizan a través de acuerdos a largo plazo, pero un período más largo de debilidad en la divisa podría predecir adelantar lo que va a pasar con los precios mundiales.

La caída del yuan también podría ser un problema para la financiación de las materias primas, en los casos en que los comerciantes chinos hayan pedido prestados dólares para realizar sus compras, que ahora se encuentran con mayores costes de financiación.

Teniendo en cuenta que China depende de las importaciones de gas y carbón para generar electricidad, el debilitamiento del yuan supone una carga para las empresas estatales, que tendrán que absorber el sobrecoste.

No obstante, la buena relación entre Pekín y Moscú puede dar un balón de oxígeno a las finanzas chinas e importar productos energéticos a precio reducido en yuanes o rublos, evitando recurrir al dólar. 

En teoría, una divisa débil debería permitir un aumento de las exportaciones y China es el mayor exportador mundial. Por ejemplo, con un petróleo más barato y comprado en divisa distinta al dólar, es previsible que las ventas al exterior de productos terminados plásticos crezcan. No obstante, también el resto de países está viendo cómo sus divisas pierden valor frente al dólar con EE.UU. habiendo adoptado una política monetaria restrictiva.

En suma, es difícil determinar el efecto neto del debilitamiento del yuan tanto en la propia economía china como en el resto del mundo.

Por otro lado, es cierto que la depreciación del yuan es moderada en comparación con otras divisas importantes en Asia-Pacífico. Por ejemplo, el won coreano está en su nivel más bajo desde 2009, época de la anterior crisis financiera global, y ya ha perdido un 16% respecto al dólar en lo que va de año, mientras que el yen japonés y el baht tailandés han perdido un 20% y un 9,8%, respectivamente.


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